Inteligencia emocional para Abogados
La mayoría de las personas han escuchado o leído alguna vez el término “CI” (Cociente Intelectual), especialmente entre los profesionales del Derecho, que dedican afanosos esfuerzos por alcanzar las mejores puntuaciones en sus pruebas y exámenes, tratando así de demostrar su valía y competencia en determinadas áreas de conocimiento. Sin embargo, puede apreciarse sin dificultad que la mayoría de las personas desconoce la importancia de la denominada inteligencia emocional (IE). Por lo tanto, cabe preguntarse ¿qué es la inteligencia emocional, y por qué debería ser algo a tener en cuenta?.
Los profesionales del Derecho muestran, por regla general, un gran desinterés en relación con la importancia de los procesos emocionales en el desarrollo de sus trabajos y tareas, relegando estos aspectos a un plano marginal y secundario al que apenas se le presta importancia. Sin embargo, la neurociencia ha proporcionado sorprendentes evidencias sobre la importancia de las emociones en el desarrollo profesional de las personas. Investigaciones al respecto han puesto de manifiesto que el proceso racional de toma de decisiones está intrínsecamente unido con las zonas cerebrales responsables de las emociones. Asimismo, también está científicamente demostrado que la adecuada gestión y utilización de las emociones en el ámbito profesional puede mejorar notablemente el rendimiento intelectual y procura, por regla general, una mejor toma de decisiones. Para los abogados, el mensaje es claro: si quieren mejorar notablemente su rendimiento y sus habilidades cognitivas, deberían saber utilizar y gestionar la información que proporcionan las emociones propias y ajenas.
Un poco de historia
La función propia de las emociones ha estado sujeta, durante largo tiempo, a una constante controversia. Como se ha puesto de manifiesto al principio de este artículo, ya en la antigua Roma, y mucho antes del nacimiento de Jesucristo, Cicerón reconoció el poder de las emociones en la toma de decisiones. No obstante lo anterior, en aquellos tiempos también hubo quién no pensaba de la misma forma, como ocurrió con el Estoicismo (una escuela filosófica fundada por Zenón de Citio en el año 301 a.C.), que veían las emociones como un elemento demasiado individual y subjetivo y, por lo tanto, sujeto a una interpretación quizás algo alejada de la realidad. A finales del siglo XVIII, y a principios del siglo XIX, el Romanticismo (un movimiento literario que se dispersó por toda Europa, y que continúa ejerciendo su influencia hasta la actualidad) promovió la idea de que las emociones, la intuición y la empatía, eran capaces de proveer de una perspectiva, de un punto de vista, muy valioso que la inteligencia racional no era capaz de ofrecer por si sola.
Después del paso de los siglos, y de los avatares del pensamiento humano, en 1960, un psicólogo llamado Cronbach llegó a la conclusión de que lo que él denominaba “inteligencia social” tenía un importante valor intrínseco y que, sin embargo, nunca fue objeto de medición o definición.
La noción actual de inteligencia emocional (IE) hace referencia a la habilidad intelectual de procesar y manejar las emociones, y a su utilización para guiar actividades cognitivas en la resolución de problemas. Las emociones se conciben así como un puente entre los sentimientos y las acciones, capaz de afectar muchos y variados aspectos de la persona, propios y ajenos.
« (…) las personas emiten muchos más juicios por el odio, por el amor, por el deseo, por la ira, por el dolor, por la alegría, por la esperanza, por el miedo, por el delirio o por cualquier otro proceso emocional interno que por la verdad o por las órdenes, las normas legales, las fórmulas judiciales o las leyes ». Cicero De Or. II 178.
El campo de la inteligencia emocional es un producto de dos áreas de la investigación psicológica, que surgió hacia finales del último siglo. En la década de los años 80, gran cantidad de psicólogos empezaron a analizar como las emociones eran capaces de interactuar e influir en el pensamiento, y viceversa. Así, por ejemplo, varios investigadores determinaron como los diferentes estados de humor de una persona eran capaces de influir en su percepción, en su pensamiento y en su juicio: un estado de humor ligeramente deprimido puede facilitar el aislamiento y el trabajo repetitivo; mientras que un estado de humor elevado puede facilitar la creatividad intelectual, entre otros muchos beneficios.
Durante este periodo de tiempo, se ha producido una apertura gradual del concepto de inteligencia que incluye todo un abanico de habilidades o atributos personales, tales como la confianza en uno mismo, la empatía, etc. Cuando, en 1998, el Harvard Business Review publicó un artículo sobre el tema, el porcentaje de lectores fue el más alto que cualquier otro artículo publicado en ese periódico en los últimos 40 años. Desde entonces, los artículos sobre inteligencia emocional se han extendido notablemente, tanto en prensa tradicional como en prensa especializada, e incluso el tema ha tenido una notable repercusión en diferentes programas de televisión.
Los métodos y técnicas para valorar los diferentes componentes de la inteligencia emocional también han experimentado un gran desarrollo. Las escalas de análisis tradicionales para la medición de la inteligencia se han venido utilizando durante unos 100 años; mientras que la medición de la IE se ha venido usando solamente durante los últimos 10–15 años, aproximadamente, midiendo atributos y variables tales como: el optimismo, la iniciativa, la conciencia organizativa, etc. La experiencia en la medición de estas variables es relativamente reciente, y se encuentra, pues, en continua evolución.
¿Qué es, exactamente, la inteligencia emocional?
Desde un punto de vista general, la inteligencia emocional hace referencia a un conjunto de habilidades interconectadas entre las que se encuentran, la identificación, la gestión, el entendimiento y la utilización de los estados emocionales propios y ajenos, con el objeto de solucionar problemas y regular el comportamiento. A continuación se va a hacer una breve referencia a estas cuatro habilidades.
La identificación de las emociones incluye la habilidad de identificar los sentimientos propios y ajenos, la manifestación adecuada de las emociones, y la diferenciación entre las verdaderas y falsas expresiones emocionales.
La gestión de las emociones incluye la habilidad de acceder a las emociones propias y ser capaz de modificarlas o cambiarlas, utilizando para ello diferentes cambios de humor que sean capaces de proporcionar diferentes puntos de vista y diferentes aproximaciones a la solución de problemas (por ejemplo, utilizando el sentimiento de felicidad para asistir o generar nuevas ideas).
El entendimiento de las emociones incluye la habilidad de entender las diferentes cadenas emocionales, es decir, la transición de las emociones de un estado a otro, reconociendo así las causas y entendiendo las relaciones existentes entre la complejidad de los diferentes estados emocionales.
La utilización de las emociones incluye la habilidad de cambiar de estado emocional -incluso cuando ese estado no sea agradable-, la habilidad de saber enfrentar y resolver los problemas colaterales que presentan a veces las emociones sin eliminarlas, y la habilidad de saber utilizar y gestionar adecuadamente las relaciones humanas.
¿Qué no es inteligencia emocional?
La inteligencia emocional no tiene una equivalencia relacional con el Cociente Intelectual (CI) tradicional. Es decir, el hecho de que una persona sea inteligente no significa que tenga un alto coeficiente de inteligencia emocional. Algunos profesionales, como los abogados, suelen mostrar un alto cociente intelectual (entre 115–130), mientras que al mismo tiempo, pueden llegar a mostrar un cociente de inteligencia emocional por debajo de la media general (entre 85–95), lo que, en la práctica, y como se verá más adelante, puede suponer un problema.
Es necesario poner de manifiesto que la inteligencia emocional no tiene una relación directa con un tipo particular de personalidad. Asimismo, el hecho de ser emocionalmente inteligente, al menos en lo que se refiere al desarrollo de habilidades profesionales o el desempeño de una actividad profesional, no significa, necesariamente, algo especial en relación con la mayoría de las personas. Incluso el hecho de tener una buena aceptación social no significa, necesariamente, poseer un alto porcentaje de inteligencia emocional.
Por lo tanto, es necesario separar los estereotipos sociales predominantes señalados anteriormente que pudieran hacer creer, erróneamente, que determinadas cualidades personales, o sociales, son un indicativo cierto de la existencia de un alto coeficiente de inteligencia emocional.
¿Para qué es buena la inteligencia emocional?
Aunque no se trata de una fórmula mágica, la inteligencia emocional es capaz de identificar determinadas habilidades críticas del individuo para maximizar ciertas funciones de la persona -que previamente pueden haber pasado desapercibidas-. Además, estas habilidades son capaces de provocar un impacto muy positivo en su desarrollo personal y profesional, con los consiguientes beneficios que ello redundaría, no solo a la persona, sino en el entorno profesional en el que desarrollara su actividad. No son pocas las voces que afirman que la inteligencia emocional es directamente responsable del éxito profesional en un porcentaje cercano al 80 por ciento, algo que no puede desdeñarse.
Son numerosos los estudios que han señalado la importancia de la inteligencia emocional en el ámbito profesional. Por ejemplo, no es infrecuente encontrar en el mundo empresarial que las sociedades evalúen a sus equipos de atención al cliente, sobre todo en reación con su eficacia y en la resolución de los problemas y reclamaciones de los clientes; estas evaluaciones suelen mostrar una correlación muy alta con el nivel de inteligencia emocional de todos ellos, especialmente de los responsables de esos equipos.
En el ámbito profesional, las personas que ocupan puestos de responsabilidad llegan a ser mucho más productivos y eficientes si son capaces de identificar, entender y utilizar las emociones, lo que redundará en índices de productividad mucho más elevados en la práctica. Así, la correcta gestión de las habilidades empáticas en el mundo empresarial favorecerá el entendimiento de múltiples puntos de vista, posibilitando también la motivación de otros. Tanto la correcta gestión de estados de ánimo positivos como la habilidad de utilizarlos para inducir en otros esos mismos estados, han demostrado su eficacia en relación con el aumento de la productividad de los trabajadores y en la mejora de las habilidades cognitivas, reduciendo con ello los conflictos profesionales.
Normalmente, las mujeres muestran niveles de inteligencia emocional superiores a los de los hombres, aunque esas diferencias no son, en la práctica, significativas. Sin embargo, como consecuencia de que la inteligencia emocional aún no se valora lo suficiente como una habilidad esencial en tareas de liderazgo empresarial, tanto hombres como mujeres con altos niveles de inteligencia emocional han pasado ligeramente desapercibidos y poco valorados en el mundo profesional.
¿Es buena la inteligencia emocional para los abogados?
Como se ha apuntado anteriormente, los abogados muestran, por regla general, un nivel de inteligencia emocional por debajo de la media. Hay varios motivos que pueden explicar ese fenómeno. Desde un punto de vista histórico, el mundo de la Justicia y el Derecho siempre ha adoptado un punto de vista estoico o puritano, aséptico, es decir, en estos contextos las emociones tienden a ser eliminadas en los análisis jurídicos, motivo por el cual la inteligencia emocional se encuentra mal o muy poco valorada. Sin embargo, se ha dado mucha mayor importancia a las habilidades analíticas de los profesionales del Derecho, como herramientas indispensables para el éxito profesional, lo que ha desalentado, por regla general, el desarrollo de una adecuada inteligencia emocional en el desarrollo profesional.
El impacto de valores tan bajos de inteligencia emocional en el mundo del Derecho es más que evidente, incluso en los tiempos actuales. La frialdad y falta de empatía de los profesionales del Derecho en general, ha causado, cuando menos, ciertos estragos a muchos de los sujetos que han acudido a la Justicia para resolver sus problemas.
Ya en 1955, el Rector de Harvard Law School, Erwin Griswold, apuntó acertadamente que muchos abogados y profesionales del Derecho no son realmente conscientes de que están tratando con personas, y no solamente con la Ley, que se muestra en la mayoría de las ocasiones fría e impasible, carente de emociones. Esta situación aun persiste en nuestros días, desgraciadamente.
Es sobradamente conocida la reputación, o al menos la percepción general, de los abogados como sujetos profesionales carentes de sensibilización interpersonal, carentes de sentimientos tan humanos como la compasión o la piedad. Un buen indicio de todo ello es que, entre los abogados, hay altos índices de divorcios, suicidios, adiciones e insatisfacciones en general, lo que pone en evidencia un más que pobre balance satisfactorio emocional en la profesión.